viernes, 27 de junio de 2008

Debería uno conservar el recuerdo de la última vez que caminó de la mano de su padre.

"En ese momento mi abuelo ha hundido la hoja del cuchillo en el centro de la sandía. La corta siguiendo su línea ecuatorial y termina de separar con sus manos las dos mitades, que se dividen con un crujido geológico de la dura corteza y de la pulpa roja y luminosa, punteada de pepitas negras, reluciente del jugo fresco que dentro de un instante sorberemos todos con un ruido unánime. El interior de la sandía es de un rojo tan fuerte como el núcleo de níquel y de hierro fundidos en las ilustraciones sobre el centro de la Tierra que vienen en mi libro de Ciencias Naturales. Con el cuchillo en la mano y la sandía abierta sobre la mesa, mi abuelo se queda un momento pensativo, y no empieza a cortar la primera tajada.
-Muy bien -dice, mirándome por encima de los dos hemisferios rojos de la sandía enorme-. Me he enterado de todo. Suben en un cohete y llegan a la Luna. No hay nada en ella, no se cría nada, no llueve nunca, no se puede respirar, pero bueno, da lo mismo. Sólo me queda una duda. Cuando lleguen a la Luna, ¿cómo entran en ella?"

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